El accidente de Dorian
a R. G.
Después del accidente, quedó convertido en una cosa horrible. Los médicos dijeron no es posible otra cirugía, tendrá que vivir con su rostro mutilado y hacerse amigo del reflejo.
También recomendaron hacer ejercicios; su cuerpo, al menos, podrá recuperarse del trauma.
Dedicó su vida al gimnasio. Cambió sus brazos, sus piernas y su tronco en una escultura de mármol. Pero no conformándose, ejercitó también los músculos que hay en el rostro: los cuarenta y tres que se utilizan para fruncir el ceño y los diecisiete que sirven para sonreír.
Al pasar un año desde su salida del hospital, ya era otro. Un hermoso rostro le había nacido donde antes un amasijo de carne lastimada. Ojos anchos y boca carnosa, mejillas bien dibujadas, piel tersa en una cara de ángulos a la moda.
Esto provocó que tuviera un éxito rotundo con las mujeres y entre los demás hombres. Sin embargo nunca, nunca más se miró en un espejo.
Publicado el junio 8, 2012 en La caja de la pantera y etiquetado en Ariel B. Acosta, literatura cubana, minicuento. Guarda el enlace permanente. 6 comentarios.
Un relato breve muy adecuado a las fechas de inicio de Noviembre. Ojalá pudiera convertirse en realidad para quien lo necesitara, aunque no volviera a mirarse en el espejo. Me gusta, Ariel. Saludos.
Gracias por tu atenta lectura, amiga. No me había fijado en la correspondencia con las fechas… buena reflexión!
muy bueno
Grazie hermano!
quizá el espejo lo llevaba por dentro…
Sí, o era bello en su cabeza, que es lo mismo, y evitaba la verdad… quizás, quizás, quizás… ¡Bienvenida Patricia! Besos